Esta fotografía fue tomada en el año 2006 y decidí llamarla VENTANA EN LLAMAS.

martes, 4 de agosto de 2009

¿QUIEN ES UN PROFESIONAL?

Profesional, en la voz popular significa ser aquella persona que ha culminado sus estudios superiores y que ostenta un título que respalda la actividad que realiza. Sin embargo la definición según el diccionario es la siguiente: “Que ejerce especialmente una profesión u oficio”, y profesión se define como: “Actividad permanente que sirve de medio de vida y que determina el ingreso en un grupo profesional determinado”.

Según lo anterior decimos entonces que ser profesional no significa tácitamente que se debe de ser universitario, todos podemos ser profesionales si la actividad económica que nos aporta el sustento diario la hacemos de la mejor manera y nos superamos cada vez más. Eso es lo que significa realmente ser un profesional, no importa si somos vendedores ambulantes, lavamos vehículos, repartimos periódicos, somos meseros o médicos, economistas o deportistas.



Escribo esto hoy, porque en la mañana me estuve acordando de mi última ida a San Salvador, la misma que ocurrió hace diez días exactamente. Resulta que junto con mis hijas acompañamos a mi esposo a traer a las dos suyas allá, pues con esto de la gripe A H1N1 y las vacaciones agostinas los escolares tendrían 15 días de libertad. Nosotros (mis hijas, mi esposos y yo) vivimos en Sensuntepeque, cabecera departamental de Cabañas y que se ubica a 100 Km. al norte de San Salvador, por ello cada vez que hay un periodo de descanso las traemos a nuestra casa para compartir unos días con ellas. Pues bien, el sábado pasado fuimos a la capital a traerlas, fuimos a almorzar los seis y luego dejamos a nuestras 4 hijas en el cine para ver la nueva película de Harry Potter. Antes de regresar por ellas al cine, mi esposo decidió pasar a una gasolinera para abastecer al vehículo de gasolina, justo antes de partir del lugar un joven con un chaleco de “personal en entrenamiento” se acercó a mi esposo y le dijo “¿algo mas en que podamos servirle?”, a lo que Oscar contestó: “¿Puede ver como anda el aceite, por favor?”, dicho y hecho aquel muchacho servicial levantó rápidamente la capota, midió el aceite y dictaminó que le hacía falta cerca de un cuarto el cual fue repuesto, el joven cerró la capota, Oscar le canceló y nos fuimos. Unos veinte minutos más tarde y ya con las niñas en el carro, se olía a algo quemado y el vehículo se sentía más caliente de lo habitual. Al estacionarnos frente a la casa de mi mamá, a eso de las 5:40 p.m. notamos que salía humo del motor, rápidamente levantamos la capota y cual fue sino nuestra sorpresa de ver desparramado el aceite por todo el motor, el cual literalmente escurría por todos lados. Conclusión: el muchacho de la gasolinera no tapó el depósito del aceite después de llenarlo. Por suerte el tapón estaba puesto aún a un lado del motor.


Ahí mismo empezó nuestro calvario. Llevamos a que lavaran el motor a un car wash cercano, quedó un poco tembloroso luego de esto, pero bueno, pensamos que ya se le iba a pasar. Por prudencia suspendimos el encuentro nocturno que habíamos planeado con unos amigos. Al amanecer y ya listos para dirigirnos a Sensuntepeque nos dimos cuenta que el motor no aceleraba, apenas y llegaba a 20Km/h, así jamás llegaríamos a nuestra casa. Así que bajamos a las niñas, las dejamos con mi mamá y nos dirigimos a un taller, en donde le limpiaron el alternador que nadaba en aceite, pagamos y nuevamente fuimos a trae a las niñas, el carro ya aceleraba.

Al estar ya en la carretera de pronto dejó de acelerar nuevamente y se encendió un piloto, nos tocó regresarnos a San Salvador, ahí dormimos el domingo y el lunes nos dirigimos a otro taller. Fue en ese lugar en donde el dueño nos saludó, escuchó nuestro problema y tras escuchar el sonido del motor dio un diagnóstico el cual fue corroborado. El mecánico, muy “profesionalmente” arregló el vehículo y además le hizo un afinado. El carro quedó casi como nuevo. Así fue como en dos horas aproximadamente solucionamos el problema que se originó porque el joven que nos atendió en la gasolinera se “le olvidó que se tapa todo lo que se destapa”. El descuido de ese joven trabajador de la gasolinera nos costó alrededor de $160.oo, junto con tres días de trabajo perdidos.


Moraleja: seamos siempre minuciosos en nuestro trabajo, no importa si nos respalda o no un título.

Ser profesional es hacer las cosas lo mejor que se pueda y asumir la responsabilidad si algo sale mal a raíz de nuestras acciones.


Texto:
Érika Mariana Valencia-Perdomo

Fotografías:
Laura María Perdomo Pacas
y
Óscar Perdomo León

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