Pintura al óleo ubicada en la cripta donde está enterrado Monseñor Romero
Cuando uno se encuentra con tanta gente indiferente al dolor ajeno, imbuida en conductas superfluas y egoísta, y las compara con alguien que tuvo un gran amor hacia sus semejantes y el valor para denunciar tantas injusticias del sufrido pueblo salvadoreño, entonces se entiende la dimensión gigante del espíritu de Óscar Arnulfo Romero y Galdámez. Y todo lo anterior lo ejerció él en uno de los períodos más sangrientos y faltos de libertad de expresión en El Salvador. Los finales de la década de los ´70 y principios de los ´80 fue una época oscura para la civilización salvadoreña.
Óscar Romero fue asesinado por decir en público cosas que ya eran secretos a voces entre el pueblo; pero también esas cosas que dijo las salpicó muy bien de una gran sabiduría. La mayoría de las veces sus frases estaban llenas de una verdad irrefutable; y algunas otras tenían un carácter profético. Sus palabras revelaban muchas verdades que unos querían ocultar y otros estaban muy ciegos para ver.
“Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
Busto de Monseñor Romero en
Sus palabras afectaban no sólo a los creyentes, sino también a aquellos que no lo eran, con una fuerza implacable.
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Hace un par de meses fuimos a la cripta donde está él enterrado y creo que ninguno de nosotros dos pudo evitar derramar un par de lágrimas, al recordar la injusticia de su muerte y la impunidad que aún persiste de este magnicidio.
A su tumba acuden creyentes y no creyentes

Este mes de marzo, a 30 años de su asesinato, queremos recordar y dar en
Texto:
Érika Mariana Valencia-Perdomo
Óscar Perdomo León
Fotografías:
Óscar Perdomo León
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